Al principio no esperaba mucho… Estaba muy emocionada porque había sido seleccionada para participar en el proceso, y sólo eso ya era fantástico! Pero según iba avanzando en la preparación de los requisitos, y una vez pasado el primer filtro, las expectativas y la anticipación sobre el resultado final comenzaron a crecer y crecer, como la espuma que sale de una bañera llena de agua y jabón. Casi sin darme cuenta y sin capacidad para controlarlo ahí estaba, imaginando cómo sería una vez que lo hubiese conseguido, cómo me sentiría, qué posibilidades se abrirían y cómo lo celebraría al compartirlo con los que más quiero.

Mi parte más racional me repetía una y otra vez que es mejor vivir en el presente, no adelantar acontecimientos, que nunca se sabe, y en fin, todas esas cosas que he escuchado a lo largo de mi vida a las personas sensatas y prudentes. Esas personas que no suelen tomar riesgos y que casi nunca se equivocan ni pierden, aunque llevan toda su vida viviendo en el mismo lugar, trabajando en el mismo sitio y yendo de vacaciones al mismo pueblo de la costa, donde por supuesto también veranean sus amistades del resto del año.

Y ahí estaba yo, en mitad de un huracán emocional cuando hice la prueba, a tope de adrenalina y sintiéndome expuesta y vulnerable. Luchando entre mi deseo de hacerlo bien, por un lado, y dejarme fluir y adaptarme a las circunstancias, por otro. Tomando de mi propia medicina… Tantos años haciendo evaluaciones de potencial y development centers, y ahora, heme ahí, siendo observada por gente que no me conocía ni me había visto antes, en una situación desconocida, sin claridad sobre los criterios valorados y sobre todo, con un fuerte deseo de cumplir con las expectativas de mis observadores, o mi interpretación de ellas. Os podéis imaginar, todo iba tan rápido… agotador!

Llegó el día, dos semanas después de haber pasado la prueba recibo un correo electrónico: Te comunicamos que en esta ocasión no has sido seleccionada. BOOM!!! QUÉ????

La curva del cambio emocional o del duelo (Kübler-Ross, 1969) se convirtió en realidad para mí: shock y negación (no puede ser, se habrán equivocado, seguro que este email no es para mí); enfado y culpa con otros y conmigo misma (si Fulanita no hubiera hecho eso justo antes de mí, ¿es que están buscando cheerleaders o qué?, fue mi culpa porque no me mostré lo suficiente).

Esa noche fue difícil conciliar el sueño, imágenes del día de la prueba seguían volviendo a mi cabeza, repitiéndose una y otra vez, mientras que la voz de mi saboteador interno me recordaba machaconamente «¿por que no hiciste lo que sabes hacer?» ,»podías haber dicho esto o lo otro» ,»no estabas lo suficientemente preparada», BLA BLA BLA. Mucho ruido en mi cabeza y sentimiento de pequeñez, fase de depresión y baja energía, en términos de la curva emocional.

Afortunadamente, todos estos años de trabajo personal y estudio del desarrollo humano han dejado un buen poso de compasión hacia una misma y permiso para equivocarme, que no eliminan el sentimiento de desasosiego y la emoción dolorosa y punzante del fracaso, pero sí ayudan a aceptar que lo que viene conviene y que, quizás, el aprendizaje de esta experiencia fuese más importante para mí que lo que hubiese conseguido si hubiera sido seleccionada.

Una compañera de profesión querida y respetada me dijo recientemente que en cuestiones de selección no hay fracaso, sino una falta de ajuste, y este reencuadre me ayudó a sentirme en paz conmigo misma. Por eso, termino este post compartiendo con vosotros lo que yo he aprendido del fracaso:

  • Aprendí a entrenar y preparar mi estado de ánimo antes de tener una experiencia en que me sienta fuera de mi zona de comfort.
  • Aprendí a respetar y creer en mi criterio sin buscar la aprobación de los demás.
  • Aprendí quién sí soy y quién no.
  • Aprendí que el fracaso es parte de la vida, de una vida que merece la pena ser vivida porque hay riesgos que tomar y eso es lo que hace que avancemos en nuestra humanidad.

¿Alguien se anima a compartir aprendizajes de una experiencia de fracaso?

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